Chernóbil ya no está solo en el podio de los horrores nucleares. Desde ayer, Fuku-shima puede compararse, en cuanto a nivel de peligrosidad, a la catástrofe que devastó parte de Ucrania y, sobre todo, Bielorrusia en 1986. La Agencia de Seguridad Nuclear de Japón (NISA) elevó a nivel 7 (el máximo) la gravedad de la fuga radiactiva de Fukushima, un calificación que hasta la fecha sólo había alcanzado la central soviética.
El anuncio causó un tremendo sobresalto, sobre todo teniendo en cuenta que hasta ayer la calificación oficial de Fukushima en la Escala Internacional Nuclear y de Accidentes Radiológicos (INES en sus siglas en inglés) era de 5 o, lo que es lo mismo, «accidente con amplias consecuencias». Ahora, sin embargo, ha saltado directamente a «accidente grave», que el INES define como una «gran emisión de material radiactivo con efectos generalizados para la salud y el medio ambiente, que requiere la aplicación y prolongación en el tiempo de las contramedidas previstas».
Los reactores han emitido ya la décima parte de la radiación que sufrió Ucrania